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domingo, 18 de marzo de 2012

Conferencia de Beatriz San Román. "Repensando la adopción"


El pasado día 9 de marzo, tuvimos el placer de compartir la exposición de Beatriz San Román. Fueron muchas las familias allí congregadas, y las que pudieron enriquecer con sus comentarios la charla. A todas ellas nuestro agradecimiento por su presencia.

Os proponemos para todas aquellas que no pudisteis ir o para los que aún yendo, queráis profundizar en ello,  una serie de entradas centradas en lo que la ponente argumentó aquella noche.

Para ello, citaremos lo que Beatriz expuso además de incorporar reflexiones propias que acuden por resonancia con mi experiencia como profesional:


1)    El derecho a adoptar vs. el deseo de adoptar. Es importante clarificar que el derecho es del niño a ser adoptado y el objetivo final es proporcionar a un niño, cuyos padres han fallecido o no lo pueden cuidar por muy diversas razones, una familia donde poder seguir creciendo y desarrollándose en todas las esferas.

Con la adopción el fin último no es cubrir la necesidad de tener un hijo que tiene una familia sino a la inversa, cubrir la necesidad de tener una familia por parte de un niño (cambia mucho la perspectiva que se toma según dónde se ponga el acento). Y esta necesidad se da a diferentes niveles: nivel personal, emocional, social, familiar y académico .
Si bien la última me parece la menos importante de las cinco  por eso la dejo para el final, y sin embargo puedo observar en mi trabajo diario, como el bajo rendimiento académico se convierte en una gran preocupación y factor de estrés y frustración para las familias (incluyo a adultos y niños) .  Pero aún así debemos insistir en que  si las cuatro anteriores no están cubiertas (el nivel personal, el emocional, el social y el familiar de pertenencia) , satisfechas, equilibradas, la autorregulación necesaria que proporcionan en su conjunto no podrá habilitar al niño para gestionarse en un aula, ni autogestionar las habilidades mínimas necesarias para poder atender, seguir instrucciones, dejarse “invadir” por estímulos irrelevantes, los mínimos necesarios para aprender (que no olvidemos depende de un “complejo baile” de funciones cognitivas).


Con respecto a las dificultades en la escuela primaria, hay una frase atribuída a J. Piaget (en Reichert, 2009) que dice que en este periodo (de los 6 a los 12 años), la motivación para el desarrollo y la actualización de la capacidad intelectual es tan grande que, de existir desinterés o fallos en el desempeño escolar, es que algo debe ir mal o con la escuela o con los padres del niño.


2)    Una vez pasada la tan conocida “luna de miel” entre los papás y los hijos, que es variable, más o menos larga, surgen las primeras dificultades cuando observamos que nuestros chicos tienen un manejo emocional muy pobre y sus comportamientos muy descontextualizados y pobremente regulados,  

...consecuencia de los afectos derivados del marco educativo y familiar donde los queremos acoger y acompañar, que dan lugar, al no haber tenido un marco previo (o tenerlo pero distorsionado) ni ninguna persona que se lo pudiera ofrecer. La mamá más frecuentemente pero cualquier persona que se ocupara de forma permanente y consistente de él en primer momento, es el primer elemento autorregulador de Todo Niño, externo, hasta que él niño lo va interiorizando y es gracias a ese cuidador primario como empieza a construir  la representación de sí mismo, de los otros y del mundo que Bowlby conceptualizada como Modelo Interno de Trabajo.
Según este sea positivo o no, se desarrollará (o no) la confianza básica, un autoconcepto ajustado a la realidad, la confianza derivada de la autonomía que le ofrezcamos, el reconocimiento y expresión de emociones... base de la futura empatía y futura autorregulación (e inteligencia) emocional –fundamental para poder autogestionarse como persona del mundo en el futuro.

Es evidente que esto es necesario tenerlo en cuenta cuando sabemos (o intuimos por sus reacciones) que no han tenido la oportunidad o no han sabido como enseñarle a gestionar lo que siente, porqué lo siente, cómo puede apaciguar y dar sentido a todo ese universo de sensaciones internas..., a un abanico de respuestas complicadas de asumir y entender, consecuentes a una muy pobre tolerancia a la frustración y una mínima autorregulación emocional, donde la ira, las explosiones de rabia (sin motivo aparente correlativo en cuanto a su intensidad y a su duración), las sensaciones de tristeza, dolor, angustia... se mezclan y campan a sus anchas sin que el chic@ pueda tener un conocimiento consciente sobre su control y manejo.

Esto nos permite saber que no debemos hacerle responsable ni es él el culpable de que esto ocurra, ya que la autorregulación personal no está genéticamente determinado como los reflejos, el color de ojos o pelo, la comunicación y el lenguaje o el aprender a gatear y andar, sino que es “construido”, a través de la relación con un otro significativo –padres, familiares, educadores...-, de afuera hacia adentro, es decir, el otro es el que le enseña a modular sus emociones, a ponerles nombre, a identificarlas en si mismo, a ser capaz de reconocerlas en los otros, a saber qué puede estar detrás de cada emoción y porqué se manifiesta así, a cómo reducir su intensidad y su duración... a través del contacto, de la comunicación constante y afectiva, desde la paciencia y el amor –incondicional-, y desde su manera de actuar, que es el principal continente/contenedor de las emociones de sus hijos –sin olvidar que es muy difícil que un adulto enseñe a su hijo a controlar sus enfados si él mismo no es capaz de controlar los suyos propios y tiene momentos en los que se desborda, rompiendo esa ecuación intensidad-gravedad de la situación en la que es muy importante mantener el equilibrio –en función de cada niño-.

Se me ocurre, a modo de ejemplo, el cuando pierdo los papeles porque se le cae a mi hijo un vaso al suelo / mancha una pared / ensucia su pantalón / trae una nota de que no ha hecho esto o lo otro en el cole, etc. –situaciones de mínima-nula gravedad en términos de supervivencia básica –aunque entiendo que sí molestas porque tengo que barrerlo, limpiarlo, poner otra lavadora, o justificarle al profesor y tragarme mi orgullo... pero donde nadie corre ningún tipo de peligro, no atenta contra la libertad del otro ni afecta de manera negativa para el desarrollo suyo o de su entorno. Estos me parecen tres indicadores que nos puede ayudar a ajustar nuestras reacciones a la gravedad de las situaciones.

Me parece algo fundamental que el niño aprenda las cosas por experiencia directa y conociendo el porqué y sus consecuencias, y no que consigamos que se comporte y actúe por miedo, miedo al castigo, a la autoridad o la punición (verbal o física). Creo que todo esto lo resume muy bien la siguiente frase de H. Maturana (2006) donde dice que el “emocionarse” no puede ser enseñado; es asimilado por experiencia directa. Y ese “ emocionarse” se debe “lenguajear”  con el otro, para cambiar como nos afectan, como las sentimos... De esta tarea, es responsable todo padre y madre para con su hijo, legitimando todo su hacer, ser y sentir. 

Eduardo Barca. Psicoterapeuta infantil Centro Alén.

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